viernes, octubre 13, 2006






Luego de un largo abandono a nuestras pasiones volvemos. Volvimos para charlar, quizá, de lo que significa para nosotros como progenitores sabotear las leyes de la escolaridad y mandarnos en contra de la imposición sacrificial de donar a nuestros hijos para el bien de la corporación-estado-maquinal-post industrial.

Por ahí lo dijimos algunas vez, hay que parar de aportar ovejitas al rebaño. Hay que aprender de las ovejas negras decimos ahora. La rebeldía que nuestras criaturas nos van mostrando a medida que van creciendo indica que de alguna manera, estamos reprimiéndolas, pues la ley del padre, más allá de las imposiciones mutiterroríficas de la sociedad, está anclada en nuestro conciente/inconciente, y se deja caer cuando menos lo esperamos y en veces, no nos damos ni cuenta.

Es peludo contemplarse en una acción represiva en desmedro de nuestras aspiraciones de libertad o de educación en libertad, amor, deseo y apoyo mutuo. Cometiendo desde nosotros mismos el crimen, nosotros que predicamos la desfachatez total, nos vemos implicados en secuencias de negaciones continuas, que la pequeña salvaje repite en voz alta. No, no no nono nonono nono no- repite esta palabrita, repite y no se cansa y tal vez sea su primer concepto. Lo prohibido, lo que no se hace, lo que no se puede. Nuestra enseñaza esta plagada de estas sutilezas. Intentamos no corromper pero al vernos anclados a la realidad, la manera de conducirnos a la que estamos habituados, se nos impone desde rincones partronales –en el sentido de mandato superior y orden estandarizador-, por todos lados.

La peculiaridad de la infancia hay que dejarla ser, sea como sea, evitar llantos y permitirle a los niños y niñas jugarse con nosotrxs, romperlo todo, degradar al máximo las consignas y los símbolos que enaltecen está cultura del desprecio a la vida y la acumulación de pesares.

Aunque nos cueste esfuerzo. Que se caigan los vasos, que los lápices pinten las paredes, que el pipí en la cama, que la caca en el salón, que ella no quiere usar pañal. El problema es cultural, se sabe, el problema es el equivoco de no entender que la cultura y nuestros instintos no son incompatibles. Pero esto es lo que se ha creado, oponer estas dos fuentes de ser, una contra la otra, el bien contra el mal, civilización y barbarie, etc. Todas las dicotomías son una pura insuficiente ficción, porque está el todo, porque a veces me importa algo y al rato deja de importarme, y listo, no hay nada definitivo, la sonrisa de los niños es el canto salvaje de lo incorregible, de lo no maleable, de lo sin forma.

1 comentario:

Educando en Familia dijo...

Gracias por regresar a "charlar" con nosotros.